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Significación del tejido en Grecia y Roma antiguas


PUBLICADO: Pena González, Pablo: "Significación del tejido en Grecia y Roma antiguas", artículo: Datatèxtil, revista del Centre de Documentacio i Museu Textil, Terrassa, nº. 9, 2003.



Para comprender el capítulo que ahora nos ocupa debemos intentar borrar de la mente nuestra familiaridad con todo tipo de fibras, telas y colores. ¿Quién no ha visto alguna vez una camisa de seda de encendido color morado? Semejante atuendo vestido en Roma o Atenas nos hubiera procurado una fama instantánea: aquellos hombres nos habrían tachado de riquísimos. La tecnología moderna del textil y la confección ha permitido la democratización del traje. No lo decimos sólo porque en nuestro tiempo se produce ropa a unos costes tan bajos que cualquiera puede permitirse seguir las líneas generales de la moda, sino porque nos ofrece a precios asequibles casi todos los tejidos y tinturas. Paulatinamente, hasta la seda está perdiendo su connotación ostentosa y un buen rayón puede venderse más caro que una variedad rústica de la seda. Los actuales escandallos de las prendas de vestir acumulan costos agravados -a menudo equitativamente- por el diseño, la tela, la confección y las complejas operaciones de acabado. En Roma, sin embargo, el precio de un vestido venía determinado fundamentalmente por la fibra de su tejido y por el colorante con que había sido teñido; no existían ni el diseño ni la confección industriales, y el empleo de un tinte u otro podía suponer que el artículo costará diez o veinte veces más.

En esta sección trataremos de entender el significado social de las fibras principales empleadas en la antigüedad [1] y analizar en qué medida las telas determinaron la forma de la indumentaria grecolatina. De las pieles nos ocupamos en el capítulo del vestido de los bárbaros.

El algodón, material afeminado. Sobre el algodón, que los latinos llamaban carbasus o gossypinum[2], es muy arduo encontrar noticias y la mayoría de los historiadores del traje obvian este capítulo. Según Herodoto, esta fibra originaria de la India, donde los restos fósiles alcanzan los 5000 años de antigüedad en Mohenjo Daro, fue introducida en Egipto desde Mesopotamia. Desde Egipto la llevó Alejandro Magno a Grecia[3], y a Roma fue trasplantada desde Grecia, sostiene Wilson, casi con total seguridad[4].

Los tejidos de algodón obtuvieron un gran éxito entre el público femenino, razón más que suficiente para que los hombres recelaran del algodón y enseguida lo calificaran de artículo afeminado: “la nobleza masculina romana desconfiaba de este lujo y llegó a pensar que al contrario de la púrpura y el oro -viriles como todos sabemos-, la flexibilidad del tejido de gossypinum volvía afeminados a los patricios”[5]. Es sorprendente que hasta mediados del siglo XX, de acuerdo con las investigaciones psicoanalíticas, se pueda decir del algodón que no complace a la clientela masculina; le parece un material neutro, ni fuerte para el trabajo ni lo bastante suave para despertar la intimidad. Por el contrario, a sus mujeres el algodón se les antoja inocente y sexy. Sin duda, el uso universal del vaquero ha modificado la visión masculina del algodón[6].

Por lo que concierne a la forma de las ropas antiguas, el algodón nos interesa porque se presta particularmente bien a la estampación (la fibra es celulosa en un 95%) y en la Antigüedad era muy escaso, circunstancia que puede explicar la ausencia de tejidos globalmente estampados en el mundo grecorromano.

La lana, símbolo nacional y femenino. Aristóteles declaró que “podrá prescindirse de la esclavitud el día que las lanzaderas trabajen solas”[7]. El hilado y tejido de la lana no era sólo uno de los principales oficios de los esclavos, sino muy especialmente el campo que de forma efectiva o, en su defecto, simbólica, se reservaba a la mujer en la Antigüedad.

Sabemos que en Tesalia se esquila desde la Edad de Piedra[8] y se ha deducido que el empleo de la lana en Grecia puede haberse debido al origen montañés de los dorios[9]. La lana de Mileto tenía fama de ser la mejor en su tiempo[10].

Sobre la lana se puede escribir un tomo aparte. Nos han quedado descripciones muy detalladas sobre la elaboración de los paños[11], e incluso acerca del batanado y la limpieza[12], una labor para la que no servían los escrupulosos:

"Los bataneros gozaron de un próspero negocio en la antigua Roma, donde era signo de pobreza llevar la toga o la estola sucias. El lavado en seco, sin jabón, era rudimentario en comparación con nuestros sistemas, pero parece que conseguía su fin. Los principales materiales empleados eran nitrato, potasa y tierra de batanero, ayudados, según se dice, por orines procedentes de los urinarios públicos. Luego, los trajes eran aclarados con agua y expuestos a los vapores de azufre para blanquearlos. La tarea del batanero, pisando descalzo la colada con tal mezcolanza de líquidos, no era para remilgados"[13].

Por encima de cualquier otro elemento, lo que determinaba el “patriotismo” del vestido era la lana[14], la cual, además, estaba asociada al mundo femenino. Lana y mujer son dos palabras indisolublemente ligadas desde los tiempos de Creta. Las imágenes artísticas de la mujer activa remiten por lo común al hilado y al tejido; ilustran mujeres atareadas en hilvanar e hilar la lana para simbolizar una virtud femenina: la laboriosidad[15]. Expresiones como “el lado de la rueca” aluden a las mujeres, mientras que la palabra gynaecea (gineceo, lugar de las mujeres) se empleaba en los contratos legales del Imperio romano para designar los establecimientos de tejido, hilado y teñido[16]. Para Maguelonne Toussaint-Samat, el trabajo de la lana debe entenderse como una laboriosidad más ventajosa para el hombre que para la mujer, por cuanto constituye un medio para conservar a la esposa encerrada en casa:

"El palacio real de Cnossos, como toda casa que se preciara, contenía un taller de hilado y tejido. La puerta que conducía a los aposentos de la reina estaba indicada ¡con una rueca! (La rueca seguirá siendo el símbolo de la mujer, y en Roma se verán usos y ruecas adornados con lana o lino en los cortejos de las ceremonias nupciales, para recordar que la joven dueña deberá consagrar la mayor parte de su tiempo a hilar con sus sirvientas)"[17].

No le falta razón: en Ulises, un Telémaco suficiente regaña a su madre Andrómaca en los siguientes términos: “Ve a tu aposento, ocúpate en las tareas propias de tu sexo, del telar y la rueca, y ordena a las sirvientas que se apliquen a su trabajo; la palabra es asunto de hombres, sobre todo la mía, porque yo soy el señor de la casa”[18]. La lana queda así planteada a un tiempo como símbolo de la mujer y de su sumisión al hombre.

Aunque la afluencia de esclavos a la poderosa Roma del Imperio emancipó a las esposas de su ocupación más legítima, el símbolo permaneció intacto:

“Trabajó la lana”. Muchas veces, el último tributo del romano a su difunta esposa en el epitafio que le dedicaba incluía, entre el catálogo de sus virtudes, esta evidencia de su auténtica naturaleza romana (...). Cuando Augusto intentó el renacimiento de las apergaminadas virtudes de la vieja Roma, tuvo el puntillo de vestir túnicas y togas hechas en casa por su esposa Livia, ayudada, claro está, por sus esclavas. Por entonces, pocas damas romanas tocaban un huso o un telar. Al igual que las damas griegas unos siglos antes, dejaban esos menesteres a sus esclavas o compraban túnicas y mantos a los bataneros y tintoreros"[19].

El psicoanálisis ha revelado las siguientes evocaciones de la lana: (1) viril y protectora; (2) evoca una vida cálida y subterránea, (3) fibra para prendas exteriores, (4) tranquila, tradicional y culta, (5) símbolo de los grupos sociales respetables, (6) recuerda a la madre[20]. Aunque el estudio se haya efectuado con personas del siglo XX, los resultados se pueden aplicar en gran medida al mundo antiguo. Para nuestros antepasados grecolatinos la lana era por excelencia el material viril, motivo suficiente para que su prestigio y adoración no tuvieran competencia. Desde luego, era “culta”: casi todos los filósofos no vestían sino mantos de lana; Sócrates, el más ecologista, tenía a mal incluso que la lana se tiñera. ¿Respetable? Augusto se erigió en ejemplo de virtud entre otros motivos porque limitaba su guardarropa a prendas de lana tejidas en bajo su propio techo.

Por último, la lana constituía el único material en cierta medida impermeable de que disponían nuestros antepasados. Si se hila con mucho pelo y se le permite mantener una gran parte de su aceite natural (lanolina), la lana, por su propia estructura ensortijada, forma cámaras de aire que además de repeler el agua actúan como un termostato. En este sentido debe entenderse la siguiente explicación de Plutarco:

"Parece que los vestidos dan calor al hombre, no porque en realidad no calienten, ya que los vestidos en sí mismos son fríos (por esa razón, muchas veces, las personas que sienten calor o tienen fiebre cambian unos vestidos por otros), sino que el calor que el hombre despide de su propio cuerpo es guardado y mantenido por el vestido que rodea el cuerpo, y así no le permite que se disperse de nuevo"[21].

El lino y la influencia jónica. El lino ingresó en la rústica civilización doria como un nuevo y raro artículo de lujo, cuyo consumo fue tempranamente limitado por Solón[22]. También entraron en la casta civilización grecolatina, por medio de los géneros más sutiles, las transparencias en el vestir, muy del gusto de las mujeres y recelo principal de la mojigatería masculina[23].
Lino se ha encontrado en la Argólida, datado 2400-2000 a.C., importación de los colonos procedentes de Egipto y Asia Menor[24]; en este último lugar su datación alcanza los 6000 años (Chatal Hüyük). En Grecia se aclimató sin dificultad en distintas regiones: Tracia, Macedonia, Acaya, y algunas islas como Creta, Chipre y Amorgos[25]. Sin embargo, el centro productor más justamente famoso fue Alejandría[26]. También se ha encontrado una coraza de lino en una tumba de Etruria, pero asevera Wilson que el uso del lino no se difundió por Roma hasta que lo comenzaron a importar desde Grecia[27] o, al menos, hasta que se conoció el método para obtener fibras de calidad una vez iniciado su cultivo en suelo itálico. Campania, Etruria y el valle del Po aceptaron la flor azul[28].

Sobre la difusión del lino en Roma nos da amplias noticias Toussaint-Samat. Su empleo no se limitaba a las prendas de vestir:

"Al margen del diáfano linón destinado a las mujeres elegantes con maridos tolerantes, el lino debía satisfacer las crecientes necesidades del ejército y la marina (velas y cuerdas), así como el mercado de ropa blanca para el hogar, según la moda egipcia: sábanas, manteles, servilletas, toallas, pañuelos... Con la gran expansión del Imperio, llegaron de la Grecia asiática y de Egipto los mejores tejedores de lino. Tras un período de captación se les enviaba a provincias (Arles, Lyon, Viena, Reims, Metz, Tournai, Tréveris) o a las colonias (España, Reino Unido) para que formaran a los linicultores y obreros de las fábricas imperiales, dirigidas por oficiales jubilados (...) En todas partes la industria del lino se resintió mucho con la caída del Imperio romano y las invasiones bárbaras"[29].

La moda de los vestidos de lino comenzaría a finales del siglo VI a.C. en Atenas con la asimilación de la cultura jonia, influencia de profunda repercusión en todas las disciplinas artísticas (se introduce el orden jónico en una cella del Partenón), y que Onians explica como fruto de la alianza entre Atenas y Jonia para aunar fuerzas militares:

"La influencia jonia, o mejor dicho egea, sólo aparece en Atenas realmente a finales del siglo VI a.C. con la introducción paulatina del mármol tanto en la arquitectura como en la escultura, y con el préstamo de motivos tales como el chitón jónico, que sustituyó al sencillo peplo dórico en la tipología de escultura femenina erguida. Tras las guerras Médicas, cuando los atenienses y su flota se vieron en situación de dirigir la ofensiva egea contra los bárbaros, aún tuvieron ciertos reparos para identificarse con los jonios. Quizá podamos clasificar así la inclusión de elementos jónicos en el Partenón, iniciado en el 448 a.C., pero hemos de decir que éstos ocupan posiciones secundarias (...) Sólo cuando el liderazgo ateniense estuvo amenazado y Atenas se vio dirigiendo a sus apáticos aliados jonios contra los dorios, los atenienses utilizaron el arte para declarar abiertamente sus vínculos con los jonios. Gracias a falseamientos genealógicos, afirmaron que Erecteo, rey del Ática, fue el abuelo de Ion, el antepasado de los jonios".[30]

Sin embargo, acerca del vestido jonio Herodoto redactó su propia versión y harto más divertida: al parecer, luego de una guerra entre Atenas y Egina cuya fecha ignoramos, quizás el año 485 a.C., los eginetas obtuvieron una victoria tan aplastante que murieron todos los atenienses menos uno, el infortunado que se acercó a Atenas y anunció el desastre; en cuanto escucharon esta noticia, las mujeres de los soldados fallecidos se dejaron llevar por la histeria y se abalanzaron sobre el superviviente y lo acribillaron con los alfileres de sus vestidos; los atenienses consideraron que la carnicería de las mujeres era peor que la derrota y, a falta de resolución sobre qué castigo imponerles, les obligaron a abandonar su vestido habitual por el de Jonia, esto es, sustituir el tradicional vestido dorio de lana prendído desde los hombros con alfileres, por la túnica de lino que no los precisaba[31].

Según Abrahams, el vestido dorio se tejía con lana y su túnica recibía el nombre de peplo; la túnica de lino, el de chiton. El lío terminológico se complica porque chiton fue originalmente la palabra para designar el lino, la fibra y el tejido de lino, pero con el tiempo terminó denominando la túnica realizada con dicho tejido y por fin cualquier túnica. Además, ambos vestidos o túnicas -o simplemente tejidos, de lana y lino- llegaron a combinarse del mismo modo que el orden jónico arquitectónico terminó mezclándose con los órdenes dórico o corintio.

La seda de Cos y la seda verdadera. El origen de la seda en Grecia y Roma se mantiene en la oscuridad porque algunos autores denominan seda a cualquier fibra conseguida del capullo de gusano bómbix, y otros solamente entienden por seda la fibra larga y continua que se obtiene deshilvanando por completo el mismo. En la actualidad, los peritos del textil denominan seda salvaje a la primera y seda en rama o seda engomada a la segunda. Nuestros antepasados hablaban de vestes sericae, es decir, ropa de seda verdadera, y serica coae, la seda proveniente de la isla de Cos.

La seda verdadera (vers serica), seda a partir de fibra continua, el filón de la dinastía china Han, si atendemos a los historiadores romanos los occidentales la vieron por primera vez en el año 53 a.C.[32]; pero dos historiadores modernos retrotraen las fechas: E. Gullberg y P. Asström sitúan el descubrimiento hacia el siglo II a.C., cuando “era tan cara que sólo se ponía en la trama”[33]. Tertuliano, refiriéndose a la seda, afirmaba que Alejandro conquistó a los medos pero que el traje medo conquistó a Alejandro (pero, ¿la importaban los persas de los chinos o la fabricaban ellos mismos?).

En cualquier caso, la elaboración de la seda en Occidente se sitúa siempre en Bizancio desde los tiempos de Justiniano y Teodora. Toussaint-Samat recoge dos versiones distintas del origen de esta producción y las dos implican a religiosos escamoteadores del secreto mejor guardado de China. El éxito debió de ser fabuloso: el Peloponeso mereció durante siglos el sobrenombre de Morea por sus plantaciones de moreras blancas con que alimentar a los gusanos prodigiosos[34]. La versión de Robert Graves, aunque novelada en El conde Belisario, se inspira en las versiones anteriores[35]. En efecto, de haberse fabricado en Roma, Virgilio o Plinio el Viejo no pensarían erróneamente que se extraía de los árboles. Tanto los romanos como los chinos intentaron numerosas veces lograr un contacto directo que tantos beneficios hacía suponer.

Además de los vestes sericae (ropas de seda verdadera), los antiguos conocían otros dos tipos de seda obtenidos mediante el cardado del capullo: los tipos coae, y bombycinae. Según Plinio, la bombycina procedía de Asiria, del gusano de morera, mientras que el tipo coa provendría de gusanos de otros árboles, probablemente roble, fresno y ciprés.

Nada demostrable conocemos sobre el empleo de la seda en Grecia. Por el contrario, de Roma nos llegan datos tan asombrosos como su inalcanzable precio: doce onzas de oro fino la libra de seda en tiempos de Aureliano; tres libras de oro por una libra de seda en tiempos de Diocleciano. No es de extrañar que surgieran nuevas profesiones en torno al lustroso material, y no nos referimos a los predecibles sericarii negociatores, sino a las sericariae, esclavas encargadas de velar a costa de su vida por los vestidos de sus amas.

Una carestía que supuso la ideación de nuevas variedades híbridas: se distinguían los tejidos que eran completamente de seda (holosericus) de los que sólo lo eran en parte (subsericus); y que prácticamente se empleara de modo exclusivo para los adornos aplicados a las telas: paragaudes (medallones redondos u ovalados, insignias de rango social del portador en función de su tamaño) y clavi (tiras y galones para orlar los vestidos y los mantos). Según diversos autores, la célebre pero desconocida synthesis que se reservaba para las cenas se confeccionaba a menudo de seda, y había también artículos casi o literalmente transparentes que suscitaban la indignación de Séneca y multitud de maridos.

En Roma la seda significó necesariamente riqueza y, en negativo, falta de humildad y ostentación. Durante siglos despertó prejuicios. El primer emperador que vistió seda pertenece al siglo III de nuestra era, Heliogábalo (218-222), extravagancia que la historiografía explica achacándola a su juventud (un chiquillo inconsciente de catorce años) y su procedencia siria. Sus contemporáneos vieron en semejante osadía un nuevo signo de decadencia: “ni Severo Alejandro (222-235), también de origen oriental, ni Aureliano (235-270), entre otros, abusaron de la seda; en especial, el segundo consideraba que era demasiado cara para él y fue incapaz de regalar a su esposa una palla de seda que codiciaba”[36]. De hecho, la seda mereció numerosas leyes que restringieron su consumo: en un primer momento sólo podían vestirla las mujeres, circunstancia que incrementó su relación simbólica con el sexo femenino: Tiberio prohibió la seda a los hombres y en el Codex Theodosius constituye un lujo regulado.

Los colorantes. Salvando la excepción de la púrpura, de la que nos ocupamos más adelante en el capítulo titulado El vestido de los dignatarios, casi la totalidad de los tintes provenía de especies vegetales: el glasto (glastum) o pastel de tintorero para obtener el azul, el índigo para el azul oscuro, la gualda (lutum) para el amarillo y un liquen marino (focus) para el rojo. Los matices se conseguían con diversas mezclas: la gualda con sales de cobre viraba hasta el verde, y el empleo de taninos procedentes de los árboles permitía oscurecer los tonos citados o conseguir marrones. En Roma se multiplicaron los gremios dedicados exclusivamente al tinte de un sólo colorante: los purpuraii teñían exclusivamente de púrpura; los cenarii, de amarillo claro; los flammarii, de naranja; los spadicarii, de marrón; los crocotarii, de amarillo azafrán, etc.

NOTAS
[1] Los testimonios antiguos dan fe del cultivo y el uso de otras fibras en el Mediterráneo antiguo: cáñamo, hoja de palmera, esparto, junco, papiro, genista, malva y ortiga (Alfaro, 1997: 15). También se han encontrado hilos de oro e incluso hilos incombustibles de amianto.
[2] Carbasus constituye el término más generalizado en la Europa antigua; gossypium es el término elegido por Plinio para denominar a la planta del algodón en la isla de Tilo (Wilson, 1938: 3), y el término que ha dado lugar a su clasificación botánica: gossypinum herbaceum L. No llegaría a Europa como planta cultivada hasta la invasión de nuestra Península por los árabes (Alfaro, 1997: 26).
[3] Gullberg, 1970: 10.
[4] Wilson, 1938: 3.
[5] Toussaint-Samat, 1994, II: 125.
[6] Descamps, 1986: 72 y ss.
[7] Descamps, 1986: 96.
[8] Gullberg, 1970: 9.
[9] Boucher, 1965: 106.
[10] Toussaint-Samat, 1995: II: 30.
[11] Sobre el tejido véase Alfaro, 1997: 15-21 y 45-63.
[12] Cf. Wilson, 1938: 25 y ss.
[13] Flaceliere, 1989: 169.
[14] Sinónimo de ropa en numerosos documentos antiguos, según Wilson (1938: 1).
[15] Lisarrague, 1987: 227.
[16] Anderson, 1991: 64.
[17]Toussaint-Samat, 1995, II: 33.
[18] Mosse, 1990: 34.
[19] Grant, 1987: 283.
[20] Estudio de Dichter encontrado en Descamps, 1986: 96 y ss.
[21] Moralia 100 B; cit. en Alfaro (1997:18).
[22] Abrahams, 1964: 42.
[23] Gran cantidad de escritores consideraba que una mujer vestida con tejidos de lino o seda iba en realidad desnuda. Cf. Licht, 1975: 85-86.
[24] Deslandres, 1988: 50.
[25] Flaceliere, 1989: 197.
[26] Gullberg, 1970: 11.
[27] Wilson, 1938: 2.
[28] Toussaint-Samat, 1995: II: 93.
[29] Toussaint-Samat: II: 93-94. Después del Imperio romano, el lino fue reintroducido en Europa por los árabes a través de España.
[30] Onians, 1996: 27.
[31] Herodoto, V, 87-88, en Flaceliere, 1989: 197.
[32] Lucio Aenio Floro, Compendio de historia romana (s.I), en Toussaint-Samat, 1995: II: 155-156. Aquellos romanos que vieron la seda por primera vez fueron siete legiones conducidas por Marco Craso, gobernador de Siria, y el acontecimiento tuvo lugar en un lugar no concretado de Persia, cuando estaban en lucha contra los jinetes partos: “De repente, a pleno sol del mediodía, el ejército nativo pareció cubrirse de llamas brillantes, móviles y tornasoladas; eran banderas desplegadas rojas, amarillas o bordadas en oro, más cegadoras que el mismo sol. Estas resplandecientes banderas, que parecían casi vivas al ondular con el viento, eran de seda. Fascinados al principio, y después aterrorizados por aquella tela desconocida, incomprensible, quizás sobrenatural, las siete legiones se dejaron masacrar o capturar como el conejo por la serpiente”. Pero la primera vez que se vio en la propia Roma fue en el año 46 a.C. y lo narra el historiador del siglo II Dion Casio en su Historia Romana. Fue en las calles de Roma, donde se celebraba el triunfo del último triunviro, Julio César: “Para proteger a la multitud de los ardores del sol, el general no había dudado en hacer que se tendiera a modo de toldo una tela desconocida, soberbia, brillante, de mil colores tornasolados. Se supo que se trataba de un tejido muy apreciado por la seductora Cleopatra para sus vestidos más bellos, fabricado por los seres, un pueblo del otro extremo del mundo que vivía donde el sol salía, más allá del Eúfrates y del Imperio persa, y del que no se sabía nada más. Durante mucho tiempo se siguió sin saber nada de ellos, salvo que hacían llegar sus mercancías a los soberanos de Asia Menor a través de los persas. Tampoco se encontró una explicación para el origen de esta nueva tela, tan fina, tan suntuosa, que parecía haber sido hecha para la púrpura, que aumentaba su esplendor y su precio”
[33] Gullberg, 1970: 11.
[34] Toussaint-Samat, 1995: II: 171. Otra leyenda dice que los capullos de seda los sacó de China una princesa en el escote de su vestido, cuando huía de su país (Alfaro, 1993: 21).
[35] Graves, R., El conde Belisario. Barcelona: Edhasa, pp. 103-104.
[36] Wilson, 1938: 5.

1 comentario:

José Joaquín Rodríguez Lara dijo...

La madre de Telémaco no era Andrómaca, sino Penélope.