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Los profesionales del traje en el Madrid del Romanticismo

¿Quiénes eran? El Correo de las Damas nos revela la respuesta en este anuncio:

"Debiendo ser este periódico el órgano de la moda, y objeto suyo todo lo que con ella tenga relación, se insertarán con gusto todos los anuncios, observaciones, comunicaciones y noticias que nos parezcan dignos de la luz pública, y nos remitan los Maestros Sastres, Modistas, Tapiceros, Diamantistas, Sombrereros, Peluqueros, Perfumistas, dueños de almacenes de telas, quincalla, objetos de lujos & c. dando siempre la preferencia a nuestros suscriptores[1]".

En realidad, los profesionales de la moda de mayor trascendencia lo fueron ellos mismos, los redactores de las primeras revistas femeninas en nuestro país, casi todos ubicados en Madrid. Y los más numerosos, las propias mujeres. De las últimas nos ocupamos en primer lugar, pero primero las conoceremos en tanto que clientes.


1. Los paisajes indumentarios de la cliente españolaYa lo anticipábamos en capítulos anteriores: las mujeres hallaban sus mejores momentos en los bailes. Se bailaba principalmente en los teatros y en los salones. La temporada teatral se inauguraba en octubre y se prolongaba hasta el verano, aunque se interrumpía en cuaresma. Y se detenía en verano porque no existía el aire acondicionado y las salas resultaban demasiado calurosas. Se encuentran excepciones al final de período romántico. La siguiente cita pertenece a una publicación de julio:

"Los lunes se reúne en el elegante Circo del Paseo de Recoletos lo más bello y elegante que la corte encierra. Y en los palcos y butacas se admiran angélicas mujeres envueltas en tules, sedas y flores, que con su radiante hermosura y con las enloquecedoras miradas de sus radiantes ojos, elevan los corazones a una temperatura más alta que la que marca en estos días el termómetro[2]".

Los salones privados más afamados fueron los del duque de Abrantes y el llamado Gran Salón de Catalina, acerca del cual leemos:

"La magnificencia y el lujo verdaderamente asiáticos con que está decorado el salón y más particularmente el tocador de las señoras, hacen a estos bailes dignos de la asistencia de todas nuestras elegantes; magníficas alfombras, muebles exquisitos, hermoso alumbrado, selecto ambigú, todo a porfía respira elegancia y esplendor. Veinticinco músicos componen la orquesta [3]".

Con el carnaval, los bailes se multiplicaban y la concurrencia desbordaba los salones. La siguiente cita recuerda un baile de máscaras:

"Los bailes públicos y particulares de multiplican prodigiosamente. Los hay en ambos teatros, en el café de las Cortes, antes de Santa Catalina, en el de Solís, los habrá en el de la Fontana... ¿pero qué más? Hasta en el Circo Olímpico se ha dispuesto el local para bailes de máscara[4]".

Ninguna dama prescindía de estas reuniones y las páginas de cotilleo proporcionan información sobre los movimientos de la realeza[5]. Mayor interés despierta la siguiente cita, la primera noticia que conozco de un baile de beneficencia:

"En primer lugar, en la noche del 2 (de febrero) y en los salones del Conservatorio de Música (teatro de Oriente) la Junta de Damas de Honor y Mérito dará un gran baile a beneficio del Asilo de Huérfanas que tiene a su cargo. Este baile, no obstante ser de máscaras, será también de etiqueta. Según dicen, no serán admitidas las señoras sino de dominó, ni los caballeros que no lleven frac. Para el Asilo de Huérfanas no debe de ser provechoso el dinero de los que no lleven frac[6]".

Inusitada tragedia: muerte de la polka.

"Acabaremos este artículo dando a nuestras lectoras una fatal noticia: la polka, la coquetuela polka, ha acabado ya su misión sobre la tierra. Por las últimas noticias que recibimos de los altos círculos de París sabemos que este baile empieza ya a mirarse en aquellas esferas de la moda, como una antigualla[7]".

La vida misma se ponía en peligro:

"La otra noche en un baile de máscaras dado en una casa particular se condensó de tal manera el aire con las luces y la abundancia de concurrentes, que aquellas empezaron a apagarse y estos a desmayarse repentinamente[8]".

Un alzamiento de la temperatura llenaba el Paseo del Prado de elegantes ávidas de lucir sus nuevos modelos en torno al Campo de la Lealtad[9], hoy una plaza cerrada. El 1 de julio marcaba la fecha límite del ocio interior:

"Ocho días ha que se encendieron las farolas del Prado. Y se acabarán los bailes y las tertulias caseras. Y se cerrarán los teatros[10]".

El fervor de las madrileñas por este paseo se conservó intacto durante todo el período romántico e incluso después. El frío podía mantenerlas resguardadas en casa a lo largo de la semana, pero jamás en domingo, cayera la que cayera[11]. Si a ellas les complacía el paseo por su carácter exhibicionista, los caballeros obtenían igualmente el placer de dar rienda suelta a su galantería. Trascribimos una prueba de lo que decimos, seleccionada entre docenas:

"El forastero que por primera vez visita este paseo, o más bien esta escogida sociedad, pues tal es el aspecto que presenta el Prado en una mañana de invierno, no encuentra en el primer momento mucho que admirar, y se figura que no es Madrid el país de las hermosas; pero a poco tiempo se ve precisado a mudar de parecer. El pie pequeño, el airoso talle, la finura de los modales, el no-sé-qué, en fin, de las hijas del Manzanares, cautiva el corazón insensiblemente y se lo rinde todo sin alguna resistencia[12]".

Si una dama tenía posibles era obligado que huyera del infierno del agosto madrileño en dirección a lugares más frescos. Las revistas de moda españolas no mencionan este uso tan contemporáneo del veraneo hasta los años cincuenta. Los destinos favoritos se reducían a cuatro destinos: Panticosa, San Sebastián, Deva y Biarritz[13]. También en esto había quien trataba de aparentar:

"Verdad es que todos tienen el derecho de largarse, si no con viento fresco, con el viento que corra, cuando el calor aprieta, y que si por misterios de su bolsillo, que la borra envuelve, no pueden hacerlo, les queda el recurso de achicharrarse de ocultis en Chamberí o Carabanchel, para poder decir luego en octubre que Deva y San Sebastián son los puntos más deliciosos de la tierra[14]".

Pero en septiembre era obligado que todas esas aves migratorias retornaran al nido. Todo un acontecimiento de la elegancia las atraía de nuevo a la capital: las ferias de la calle de Alcalá, que describe la revista Ellas:

"Concurrida, como todos los años, está la calle de Alcalá durante las horas marcadas por la civilización para dar los paseos diarios, de indispensable necesidad: 1º., para el buen tono, cuyo territorio empieza en la esquina de la calle Cedaceros y termina en la del Turco, aunque por la noche acudan otras almas que no pertenecen a la brillante casta; 2º. para los buenos inteligentes y acondicionadas personas cuya demarcación viene a ocupar modestamente el trozo que media entre la calle de Sevilla y la fonda del Perú; en aquel se encuentran los más elegantes dandys, en este los exquisitos y caros melocotones de Aragón, la no barata y coloreada acerola y el endiablado sonido de un tambor que D. Hipólito compró a su sobrino[15]".

Y algo tan importante como la feria. Como octubre estaba al caer y con él la nueva temporada de teatro y bailes, había que apresurarse para ultimar los vestidos en la modista e iniciar, un año más, el ciclo que acabamos de describir: teatros y salones, paseos por el Prado, veraneo en el norte y feria de la calle de Alcalá.


2. El trabajo domésticoQuizá más que en ninguna otra época, en el Romanticismo el vestido fue cosa de mujeres. Las mujeres recibían la educación del traje desde muy jóvenes; aprendían costura, bordado y mil otras especialidades de las agujas, conocimientos con que adoctrinar más tarde a la sección femenina de su prole. La laboriosidad, la virtud considerada como más femenina desde la época del rey Minos, se relacionaba con las labores del hogar y especialmente con la costura. Los ejemplos que corroboran esta afirmación abundan apenas revisamos las publicaciones del período. En 1863 La Educanda alababa la enseñanza de la confección:

"El corte de vestidos forma hoy una parte muy esencial entre las labores que deben aprender las señoritas, y se enseña por todas las maestras que saben llenar por completo un buen sistema de educación[16]".

Uno de los libros de mayor éxito, conservado todavía en las bibliotecas de diversas instituciones, fue la traducción al castellano del Manual de señoritas de Madame Celnart (1857), auténtico vademécum de cuantas artes puedan llevarse a cabo con objeto de adornar por medio de hilo y aguja. Por ejemplo, en el capítulo donde nos instruye en la habilidad de componer y arreglar medias nos dice:

"Esta es una de las labores más útiles de que puede ocuparse una joven, puesto que se debe siempre destinarla, cualquiera que por otra parte sea su posición social, a ser una mujer casera[17]".

Este relacionar –o endilgar– la confección al “sexo débil”, lleva a un redactor de El Correo de la Moda a exponer semejante barbaridad:

"El amor al trabajo, la útil y oportuna aplicación de éste, sirve hasta para evitar esa especie de vanidad infundada que no tuvo Isabel la Católica, que se preciaba de no haberse puesto su marido camisa que ella no hubiera hilado y cosido[18]".

Con lo cual ya estaba todo dicho y legitimado.

En ayuda de las costureras se inventaron las máquinas de coser y las de planchar, inventos que aunque abarataron las confecciones, no libraron a las mujeres del tajo doméstico. De la máquina de coser Hernando de Pereda afirma:

"No sólo ha mejorado las condiciones del trabajo de la obrera, sino que aplicadas a las labores domésticas han venido a convertir en taller cada casa de familia y en obreras a personas que sin el auxilio de aquellas no lo serían[19]".

Pero, sobre todo, encadenaba a la mujer al quehacer doméstico: “(la máquina de coser) contribuye a mejorar la moral porque se pasa más tiempo ocupada en casa, junto a la familia”[20].

Junto a la cosedora, las noticias alaban las nuevas planchas de carbón, menos pesadas y harto más manejables que las antiguas:

"La plancha antigua es pesada y cansa el brazo, aunque sólo se trata de abrir una costura o planchar una parte plana (...) Estos inconvenientes los obvia dicha máquina, que consiste en una plancha con fuego interior, la cual, deslizándose sobre unos rails (sic.) como los del ferro-carril, plancha todos los sitios que encuentra a su camino[21]".

3. Los comerciosAntes de visitar la modista y el sastre, propongo echar un vistazo al comercio de las tiendas. Ya puede el consumidor acercarse a los almacenes de ropa hecha, el primer prêt-à-porter de la historia, e incluso deambular por los “pasajes comerciales”, verdaderas calles a cubierto divididas en comercios individuales. Los pasajes iniciaron su andadura en Madrid en el año 1839 con el de San Felipe Neri (fig. 7.a). Más adelante se construyeron los de San Ildefonso, Caballero de Gracia y Tres Peces, y por fin en 1847 se concluyeron las obras del pasaje de Espoz y Mina (fig. 7.b), que fue acompañado por un amplio artículo ilustrado en el Semanario Pintoresco Español[22]. Nota curiosa, sólo dos años después La Ilustración de Madrid lamentaba la escasa fortuna de estas galerías con las siguientes frases:

"Los pasajes han hecho poca fortuna en Madrid; pero la causa de este resultado no es en nuestro concepto otra que el poco acierto que ha precedido a la elección de los parajes en que existen, puesto que todos son excusados para el paso de una calle a otra por haber otras travesías inmediatas de más cómodo paso a los mismos pasajes[23]".

La razón debió de ser otra porque en 1856, según El Correo de la Moda, constituían el templo de la elegancia:

"Los magníficos almacenes de la calle Espoz y Mina, emporio hoy, y santuario de la Moda madrileña, presentan a la vista el complemento mejor surtido y combinado de las modas de invierno”; en ellos Aurora Pérez Mirón ha encontrado telas de nombres deliciosos: flor de Oriente, reina de las Flores, oráculo de Delfos, Diana de Lis[24]".

En todo lo que atañía al vestido, Francia se identificaba con el buen tono e incluso las revistas de Madrid recuerdan a las damas más pudientes (y en consecuencia viajeras) los almacenes de París. En 1824 se habían abierto en París los grandes almacenes La Belle Jardinière, primeros de una secuencia todavía inextinguida, pero en los años treinta los almacenes parisinos de mayor boga fueron los de Santa Ana, cuyo prestigio llevó a El Correo de las Damas a dedicarle un artículo donde relataba los maravillosos géneros orientales que allí se expedían:

"Gro de la China llamado de Cantón; gasa de China conocida por de Pekín; rasos y tafetanes de Siam; muselinas de Delhi y rasos de Bombay [25]".

Por su parte, en Madrid los almacenes se concentraban en la calle de Atocha y en las calles que parten desde la Puerta del Sol: Mayor, Carretas, Carmen, Montera. Sin embargo, para Ángel Sol, la calle de la moda por excelencia fue la de la Cruz:

"En la calle de la Cruz se alojaba el buen corte de la Corte: quiere decirse que allí tenían los sastres sus obradores y talleres. Cara o cruz, se dijo, en son de epigrama, por mucho tiempo: y con ello se quería abreviar esta idea: o la belleza natural, dada por Dios -buena cara y buen talle-, o ir a la calle de los sastres, donde le corregían a uno los defectos corporales a fuerza de arte y buen gusto[26]".

Las mujeres que no podían permitirse los precios de la calle de la Cruz, se contentaban con visitar los almacenes Exposición de Londres:

"Las mujeres económicas o de fortuna más modesta, encontrarán en la Exposición de Londres, calle de la Montera, entre trajes de valor, otros de precio módico, de telas de mezcla, que por su brillo, colorido y lindas disposiciones pueden competir con los de seda[27]".

Por alguna razón que desconozco, uno de aquellos almacenes madrileños se llamaba “Monstruo”[28].

Ahora que ya tenemos los establecimientos de la moda ubicados, trataremos de echar un vistazo a su aspecto arquitectónico. Un breve del Semanario Pintoresco Español nos permite hacernos una idea de su aspecto:

"Al principio son casas de fondo, almacenes completamente surtidos, donde se encuentra buen género el más de moda tal vez, y las piezas construidas con arreglo a los mejores figurines de París. Allí ya ha entrado la moda y el lujo con todo su furor; podéis ver los maniquíes elegantemente vestidos atrayendo con su novedad la multitud. Tenéis magníficos gabinetes para vestir; grandes espejos en que recrear la vista, y finos y atentos jóvenes en el despacho[29]".

El estilo decorativo considerado más moderno no era otro que el neogótico. Causó sensación la primera tienda que lo adoptó, la perfumería Diana (1836) en la calle del Caballero de Gracia, y una fábrica de guantes con escaparates ojivales (Dubost, fig. 7.c) inspiró a los redactores del Semanario Pintoresco Español encendidas laudatorias:

"Quisiéramos si no traer a Cervantes, a Quevedo, a cualquiera de los observadores de nuestras costumbres delante de aquella tienda, y que nos dijeran de buena fe: ¿qué pensamiento despertaba en ellos? - Sin duda, dirían, que un pueblo que alcanza ya este grado de exigencia satisfecha, ha debido pasar por grandes vaivenes en su prosperidad, en sus leyes, en sus costumbres. Sin duda que las artes han necesitado el gran estímulo de la miseria para prosperar: sin duda que los estudios escolásticos han cedido el puesto a los de la industria, y la riqueza material a la del trabajo; y sin duda en fin que las minas del Nuevo Mundo se han perdido, pues que vemos explotar las de la calle de la Montera[30]".

Los almacenes hacían su agosto al comienzo de cada temporada. Una publicación recoge el movimiento de clientes a poco de iniciarse el otoño:

"Están concurridos los elegantes almacenes de la calle Mayor y de Carretas; conócese que las señoras están haciendo compra de telas de invierno o acabando de completar sus lutos[31]".

Y otra, en las postrimerías del invierno:

"Mientras el tiempo se mejora, los almacenes de la calle del Carmen se hallan concurridísimos del día, y más de noche, estando convertida dicha calle en una espléndida y brillante exposición. Allí se admiran magníficos cortes de vestidos de seda, de gasa, de fular, de barég, &&[32]".

El consumo vestimentario dio lugar a un abanico interminable de artículos de nombres rimbombantes siempre garantizados por su presunto exotismo. Sin embargo, un cronista duda de la fiabilidad de los dependientes madrileños:

"Mirad en esas magníficas tiendas, también hay encajes pero no flamencos sino catalanes; esos bordados que os aseguran proceder de Francia y de la China, se trabajan en Andalucía y en la Mancha; esos tejidos que juzgáis cándidamente originarios de Inglaterra o de Escocia, han salido de fábricas castellanas; pero disculpad a los que ocultan su origen y los bautizan con nombres extranjeros; ellos saben que así los pagaréis a mejor precio, y que os retiraréis más complacidos de vuestras compras. Os engañan y se engañan, pero ambos quedáis complacidos del doble engaño[33]".

Lo que más llama la atención es la práctica de la competencia desleal, tolerada por las propias revistas como se deduce por el siguiente anuncio:

"El fabricante de sombreros, calle del Caballero de Gracia, frente a la fonda de Malta, los construye de todas clases, y especialmente de seda finísimos, iguales a la vista a los mejores de Castor, a prueba de agua y de elegantes hechuras[34]".

El código ético mercantil estaba aún por nacer.


4. Sastres y modistasFrente a los almacenes, “la pesadilla de los sastres”[35], gozaron de gran predicamento los profesionales del corte a medida. Los caballeros confiaban en los sastres para vestirse a lo inglés, al tiempo que sus mujeres adoptaban las modas parisinas en las modisterías.
En el Romanticismo un buen sastre o una gran modista lo eran por la precisión de su técnica de patronaje, por la calidad de los productos terminados, y no en menor medida por los tejidos que ofertaban. Recordemos que los oficiales del vestir combinaban la venta de telas con la confección de trajes. Las revistas aplaudían a los profesionales madrileños como Madame Petitbon y el sastre Utrilla precisamente porque importaban de París los géneros último grito y los grabados de moda precisos para ir modificando las siluetas en sincronía con aquella capital. En ningún caso, en contraste con lo que pasa hoy en día, se alude a la creatividad de un sastre o una modista. De hecho, se debe a Worth la instauración del diseñador de modas genial, aquella persona “tocada por las musas de la inspiración” en cuyas manos depositamos el ornato de nuestro cuerpo. Pero Worth no creaba figurines, y aunque él mismo se atribuya la invención de los sobrevestidos que estuvieron de moda en los años sesenta, los grabados recogidos por las revistas en aquellos años nada nos dicen sobre su autoría o acerca de la influencia de este diseñador en la moda, como no fuera en la de su reducido círculo de potentadas clientes.

Las revistas nos devuelven los apellidos de los sastres más famosos de Madrid: Álvarez, Bastelet, Carrere, Pascual Cruz, Navarro, Picón, Saltarelli, Rouget[36]. Un rango superior, inferimos por la mayor abundancia de noticias, quedaba reservado a los maestros Borrel, Bruguera y Utrilla. De Borrel, cuyo obrador se localizaba en la calle del Príncipe[37], se decía que era el mejor pantalonero de la Villa[38]. Reproducimos un informe referido a su empresa:

"Recomendamos a nuestros lectores el taller de Mr. Borrell donde encontrarán buen surtido de cortes de chaleco del mayor gusto, de chalí, de seda, y de pantalones para la próxima estación fría, y para ésta de entretiempo en que estamos[39]".

Por su parte, Narciso Bruguera, sito en el número 4 de la calle del Carmen, sobresalía por su colección de corbatas:

"Las de raso cortas llamadas de Joinville son las predilectas. Las de cachemir en dibujos fuertes rayados dominan este año, y se usan para traje de mañana. De todos los géneros que anteceden hay brillantes surtidos en casa de don Narciso Bruguera[40]".

Sin embargo, el gran sastre del Madrid romántico se llamaba Utrilla, magnate del aderezo que daba trabajo de costura a nada menos que ciento treinta y seis operarios, y se barruntaba que en todo momento disponía de tres oficiales cortando. e Utrilla se atribuía funciones de chef: atendía y escuchaba los gustos de los parroquianos y les tomaba las medidas[41].

Las mujeres acudían a la modista en busca de nuevos trajes y sombreros. En este gremio la mayoría debía de sufrir bastante calamidades a juzgar por lo que leemos en un artículo redactado por Fernanda Gómez, directora de La Mariposa:

"Hija de padres pobres en general no ha visto en su casa más que escaseces, ni otros semblantes que los de los autores de sus días surcados muchas veces por lágrimas, hijas del infortunio más acerbo y la adversidad más dolorosa (...) Mártires desconocidas, viven y mueren lejos de la luz de la celebridad[42]".

La prensa recuerda a Juanita Lucas, Julia Quiroga, Rosalía Leza, y un buen número de madames: Mme. Honorina, Mme. Mounier, Mme. Navarino; Mme. Tousaint, famosa sombrerera en la calle León[43]; las hermanas Victorina y Desiré, calle del Carmen, excepcionales con los sombreros según criterio de La Mariposa[44]. Algunas podían presumir de vestir a la realeza, como María Fabrucci (calle del Carmen, esquina Salud, 4ª 4[45]), y la Srta. Magran (Plaza de Antón Martín, 52, 4ª 2), especialista en géneros nacionales y proveedora de trajes de maja de Isabel II[46].

Pero la modista más aclamada era Madame Petitbon, una francesa inmigrada que conquistó al público femenino en la capital española. El Correo de las Damas alababa sus sombreros en 1835[47], era recomendada por El Buen Tono[48] y el Semanario Pintoresco Español, que la menciona en varias ocasiones, acostumbraba a destacar sus telas de importación:
En las telas para sombreros y capotas se ven este año primorosos dibujos arabescos de un gusto exquisito. De ellas ha recibido Mme. Petibon un abundante surtido para nuestras fashionables de Madrid[49].

El historiador Jean Descola le atribuye la moda del castizo sígueme, pollo: “Tal vez por consejo suyo las muchachas atan a su cuello una larga cinta con penachos que les cuelga por detrás”[50].

Otras informaciones apenas mencionan de corrido a profesionales de gremios colaterales. Los sombreros se adquirían en Aimable, Adaro y la Fábrica de los Poloneses en la calle de Jacometrezo[51]; una última sombrerería (¿de caballeros?) se encontraba en la calle de San Jerónimo, número 5[52]. Recogemos también un anuncio publicitario de La Mujer sobre un almacén de sombrillas:

"La sombrilla chinesca: Gran depósito de paraguas de todas clases y precios.- Sombrillas de moda, desde el ínfimo precio de 16 reales hasta 2.000.- Surtido de todas clases de abanicos, ingleses, franceses y chinos, desde 4 rs. hasta 2.000. Calle del Carmen, número 26[53]".

Causó maravilla una máquina para confeccionar guantes, el accesorio más comprado por las mujeres románticas: “El arte de fabricar guantes, que hace tiempo permanecía estacionado, acaba de introducir un adelanto de importancia cual es un aparato para tomar medida de la mano”[54], y de que no carecería a buen seguro la célebre guantería Dubost[55].

Otro gasto importante se destinaba a abanicos, imprescindibles por su doble función: aventarse y ligar. Encontramos un anuncio:

"Gran depósito de abanicos y países, por mayor y menor, Corredera baja de San Pablo, nº. 29, frente a San Antonio de los Portugueses: en dicho establecimiento hay abanicos de nácar, hueso, hasta, pastas, sándalo, y un completo y variado surtido de abanicos imitados a ingleses, muy arreglados, como también abanicos propios para tiempo de baños, para viajar en diligencia, pues por su fuerte construcción pueden servir para caballeros; su precio 1 y 2 reales[56]".

Época devota de los perifollos, precisaba de artesanos especialistas; por ejemplo, en flores:

"Florista y costurera. En la calle del Olmo núm. 20, bollería, darán razón de una señorita que hace y enseña a hacer con la mayor perfección todo clase de flores, ya se en su casa o ya en casa de las señoras que gusten favorecerla. Sabe hacer también vestidos y cualquiera otra prenda de mujer que se le encargue[57]".

Por último traemos al recuerdo a los zapateros Galán y Luzán; al zapatero de la reina gobernadora, Manuel Pérez de Terán, con obrador en la Plaza de Santa Ana[58], y al admirado Escobar, que marcaba la distinción del dandi[59]. Larra nos ha dejado unas noticias emotivas sobre el zapatero de viejo:

"Al rayar el alba fabrica en un abrir y cerrar de ojos su taller (si no es lunes): una mala banqueta, una mala vasija de barro para la lumbre, otra más pequeña para el agua en que ablanda la suela con todo su menaje; el calzón de las leznas a un lado, su delantal de cuero, un calzón de pana y medias azules son sus signos distintivos. Antes de extender la tienda de campaña bebe un aguardiente y cuelga con cuidado en la parte de afuera una bota inutilizada; cualquiera creería que quiere decir: aquí se estropean botas[60]".


5. Sastres tratadistasEn el siglo XIX proliferaron numerosos tratados de confección. Solamente en Francia e Inglaterra se han contabilizado más de cuarenta manuales, la mayoría caracterizados por el propósito de perfeccionar el arte del patronaje aplicando la geometría y la antropometría[61]. La silueta decimonónica de la época Imperio había permitido la elaboración de prendas de vestir relativamente sueltas que no demandaban del sastre y menos aún de la modista un adiestramiento muy riguroso en materia de modelado. Por el contrario, la silueta romántica, donde los fraques y los corpiños se ajustaban a los volúmenes anatómicos como guantes, exigía de sus artífices una pericia escultórica: “Un sastre moderno tenía que ser un escultor–sastre, con conocimientos de silueta y volumen suficientes para modelar el tórax, considerado el alma de los fraques”[62]; o mejor dicho, arquitectónica, dado que dichos volúmenes el patronaje los resuelve sobre el plano.

La introducción de la cinta métrica significó toda una revolución. Hasta entonces los sastres habían medido a sus parroquianos con tiras de papel cortadas según las dimensiones de cada cliente:

"Hace poco que se usaba, y aún se usa, de una tira de papel doblado, como de cuatro o cinco pies de largo, en la que se señalaban con tijeretadas las dimensiones que era útil conocer, ya a lo ancho, ya a lo largo. En el día esta tira de papel está remplazada por una cinta, ya de seda, ya de tafilete, graduada y dividida en centímetros[63]".

El resto de útiles de sastrería que enumeran estos primitivos manuales continúan vigentes: jaboncillo, escuadra o cartabón de madera, semicírculo de metal y compás de madera.

Charles CompaignDe entre los sastres obsesionados por ofrecer un sistema didáctico y fácil ninguno destacó tanto como Charles Compaign. Compaign será eternamente recordado por la moda a causa de dos invenciones: una, la fundación del periódico de sastrería de mayor difusión entre los profesionales, Journal des Tailleurs (minucioso en la descripción de todos los detalles del corte y la costura, e ilustrado tanto por patrones reducidos, como con patrones a escala natural para materializar los modelos de los grabados); dos, por inventar la escala de reducción, un sistema que permitía escalar rápidamente cualquier patrón a las medidas del cliente y que iremos descubriendo en este apartado. Muy espabilado, Compaign fundó su propia escuela donde preparaba a sastres y modistas, y recomendaba a sus clientas que sólo se dejaran vestir por costureras examinadas:

"Con tal objeto y aprovechando anteriores investigaciones y su larga práctica en el corte, formó una escala de proporción para cada cuerpo, y de este modo, sin abrumarlas demasiado con prolijos estudios, pudo hacer que las modistas llegasen a poseer cuantos conocimientos necesitaban, facilitándoles los medios que la perfección del corte exigía para elevar su arte a la altura debida[64]".

En recompensa por tanto mérito, Compaign fue nombrado Presidente de la Sociedad Filantrópica de los Maestros Sastres de París.

En España no encontramos ningún tratado que aporte algo nuevo a la sastrería. Como el propio Hernando de Pereda dice:

"En donde (España) que sepamos no se ha dado a luz método alguno de corte de patrones, ni reglas para aprender a modificar, variando sus proporciones, todos los que las modistas, costureras y señoritas necesitan, a pesar de que poseemos importantes periódicos de modas y labores del bello sexo[65]".


Monsieur VandaelTodavía la traducción de la obra de Monsieur Vandael, Manual teórico y práctico del sastre, publicada en Madrid en 1836, merece considerarse un manual clásico de sastrería. Se ocupa de las prendas de vestir del momento: pantalón, frac, redingote o levita, botín, jaique, calzón. Explica, además del sistema clásico (aplicación de las medidas un poco a ojo de buen cubero), un llamado sistema geométrico, pero más por rigor científico que por otra cosa:

"Se ha intentado sujetar el trazo de los patrones a reglas invariables mediante la aplicación de los principios geométricos; pero este método es muy superior a los conocimientos de la mayor parte de los artesanos, y las operaciones que exige piden demasiado tiempo para que le adopten los sastres, quienes con sus medios de rutina, llegan con más facilidad a conseguir su objeto[66]".

Su sistema “geométrico” no era en realidad sino un mero embuste: se dibuja un recta que coincida con la medida más larga de la pieza del patrón a dibujar; se van levantando perpendiculares acotadas según las medidas que hayamos tomado, y por fin se pasan líneas de enlace entre los puntos acotados para resolver la figura. No tiene otra cosa de geométrico más que la configuración paulatina de la pieza mediante módulos más o menos rectangulares:
En las operaciones anteriores se han obtenido las rectas perpendiculares con el cartabón y la regla, y las curvas con el compás; pero hay líneas oblicuas cuya dirección no puede determinarse sino con el auxilio del semicírculo[67].

El método geométrico de Vandael es con reglas de madera o metal; el tradicional, sólo con el centímetro de tela y el buen hacer del oficiante.

En la página 59 nos habla de la escala de reducción de Compaign, pero como no le interesa, la elude con una somera explicación. Por otra parte, sostiene Vandael, dicha escala estandariza lo inestandarizable, la anatomía individual:

"Bien se concibe cuán variables y comunes son estas deformidades (anatómicas), y que es imposible clasificarlas ni someterlas a ninguna regla; por lo cual únicamente la práctica es la que puede apreciarlas y acomodarse a ellas, corrigiéndolas y disimulándolas del modo posible[68]".

Arnau y CorberaRamón Arnau y Corbera publicó en 1849 su Prontuario teórico-práctico de sastrería basado en reglas fijas (Barcelona), un libro de sastrería de caballero, del modo de trazar los patrones y escalarlos a las medidas del cliente y, en lo fundamental, similar al sistema geométrico de pacotilla que proponía Vandael. Para Arnau lo fundamental de dominar la geometría radica en que se pueden disponer los patrones con mayor ahorro de tejido[69], lo que la industria actual denomina “marcada”. A partir de estos patrones, más o menos fijos, Arnau abunda en consejos para corregirlos según la disposición anatómica de cada cliente. Hemos de aplaudir su minuciosidad. Distingue, por ejemplo, entre hombres con pie natural, pie derecho y pie abierto; esto es, según el ángulo con que abran los pies al andar, criterio que para él debe determinar la dirección de las costuras de las perneras con el propósito de disimular estas irregularidades. Su celo profesional le obliga a considerar incluso al sujeto que sólo falla de un pie:

"Créaseme: esta es una consideración que muchos han creído inútil y no han querido escuchar. Han presumido que entrar una línea más o menos, en nada influía sobre la pieza, opinión bien equivocada y que les ha valido desacreditarse entre coartistas y parroquianos. Póngase como digo gran cuidado en esto; vestir a una persona de perfecta configuración es muy fácil; conocer las faltas que saltan a la vista inmediatamente por su deformidad, no lo es menos: el todo de la operación consiste en ver aquellas que por leves su dueño calla, y el sastre poco escrupuloso pasa por alto[70]".

Tenemos en Arnau a un sastre que en diseñar una pernera deposita el mismo ardor que un arquitecto dórico en el diseño de un fuste. Bueno, al menos los dóricos, que son fustes con éntasis:

"Si el sujeto a quien se viste tiene sus partes muy abultadas, se observará cuidadosamente el lado a que las inclina y hará en él una entradita. De este modo evitará que el pantalón haga una arruga, de todos modos muy fea y que desgraciadamente, gracias a la poca atención de nuestros profesores, vemos repetida con demasiada frecuencia[71]".

Arnau agota todos los casos de monstruosidad. Un apartado de su libro se titula: Delantero de levita sobre un hombre barrigón, porque el ser barrigón “es un abultamiento tan extendido que una tercera parte de los hombres, unos poco, otros mucho, pertenecerán a este bando”[72].
Este manual debió de encontrar una buena acogida, pues al año siguiente fue completado con un Suplemento al prontuario de sastrería[73], manual de confección propiamente dicha, mientras que el anterior se ocupaba específicamente del corte. Este suplemento detalla el orden de las operaciones de costura de cada prenda de vestir y el tiempo aproximado que se tardaba en cada una. Deducimos que aquellos hombres trabajaban mucho cuando leemos:

- Pantalón: 24 horas en dos días de trabajo.
- Chalecos: 24 horas en dos días.
- Chaqueta: 48 horas en cuatro días.
- Gabán, tuina, levita: 60 horas en cinco días.
- Esclavina: 18 horas (día y medio).


Ambrosio MurilloEn 1854 vio la luz desde Zaragoza la Recopilación de reglas para la guía del sastre de Ambrosio Murillo. Sin otro texto que una breve presentación, acompañada de un breve reconocimiento a la figura de Monsier Compaign, Murillo ofrece a doble página la escala de reducción, numerosas tablas de medidas para cada pieza de vestir y patrones a escala reducida. Libro ideado para una difusión exclusivamente profesional. Para comprender las maravillas de Compaign, el manual que precisamos es el de Hernando de Pereda.

Hernando de Pereda
El libro de Cesáreo Hernando de Pereda, Manual de la costurera en familia (Madrid, 1877) no tiene desperdicio para el aficionado a la historia de la confección. Nos ofrece nada menos que el “sistema de cortar con proporciones”, basado en la escala de reducción de Compaign, y lo aplica a prendas de vestir masculinas y femeninas. Pero, además, nos relata el génesis de tan aplaudido sistema:

"Los grandes sastres y modistas de París al establecer su Academia en el gran teatro de la ópera, hicieron los estudios del corte de los vestidos de la mujer, examinando las proporciones académicas por medio de figuras en yeso y en madera; y este procedimiento les permitió realizar grandes adelantos, y el lograr un éxito en el corte que pronto se extendió por toda Francia (...) Por este sencillo medio y recorriendo todos los gruesos de pecho y espalda, desde el más pequeño hasta el más robusto torso, encontraron que de tal semi-grueso hacia tal otro, había una enorme diferencia. Igual resultado notaron en las conformaciones, lo cual vino a poner en claro que el sistema de medidas debía de ser el mismo que para el vestido del hombre en todas sus circunstancias (...) La sociedad que se formó por entonces, aprobó como estudio más fácil y menos pesado para las costureras y modistas, una serie de escalas de proporción, con las cuales, y las plantillas reducidas al décimo de sus proporciones ordinarias, podrían sacarse a tamaño natural un número de modelos determinados y apropiados a 32 cuerpos, empezando por el de una niña y concluyendo por el de una mujer de edad avanzada (...) A esta mejora sucedió el conocimiento de las diferentes conformaciones que antes hemos explicado; y ,por consecuencia de tales escalas, la publicación de modelos en pequeño, arreglados a las referidas estructuras. De esta suerte quedó completo el método iniciado por los sastres de la citada sociedad, y con el auxilio de las medidas geométricas se resolvió el gran problema del corte, para utilizarlo en los vestidos de las más difíciles configuraciones. Este es el sistema que se sigue por las costureras francesas, y el que está adoptado para la enseñanza en varios colegios de señoritas, en todos los cuales, en el extranjero, se enseña a cortar toda clase de prendas[74]".

Antes de seguir, Hernando nos introduce en el novísimo sistema métrico, que es el que va a utilizar en el libro. Nos aclara que un metro equivale a tres pies, siete pulgadas y dos líneas castellanas[75].

La medida anatómica fundamental para aplicar el “sistema de proporciones” es la medida de pecho. Hernando recomienda decoro:

"Al tomar las medidas, es claro que deben guardarse todas las reglas de una esmerada educación, procurando no acercarse demasiado por delante; pues cuando fuera necesario aproximarse, deberá verificarlo por detrás o por el costado, cuidando de proceder con buen modo en todos los detalles, porque es preciso tener en cuenta, que tanto pierde a veces un artista por no trabajar bien como por faltar a las consideraciones que la sociedad tiene derecho a exigirle[76]".

El sistema es bien sencillo e ingenioso. La escala del sistema se obtiene midiendo el perímetro de pecho y dividiéndolo por dos (“semi-grueso de pecho”, dice Hernando), o sea, la mitad de la medida tomada por debajo de los brazos, como todavía se hace[77]. Pero el sistema inventado por Compaign y secundado por Hernando difiere del actual, porque una vez tomada la medida de pecho (por ejemplo, 50 cm: es decir, a un perímetro de pecho de 100 cm, le corresponde una medida de pecho de 50), ésta hay que dividirla en 48 partes iguales, “las cuales constituyen los verdaderos centímetros de la espalda”. Con esto nos quiere decir no que obtenemos, lógicamente, centímetros auténticos, sino que él llama centímetros a una medida modular con que construir después los patrones; esta trasmutación del centímetro real al centímetro digamos particular, sirve para convertirlo en una medida proporcionada a la escala de cada persona.
Sigamos con el ejemplo anterior: el nuevo centímetro resulta de dividir 50 cm entre 48, es decir: 1,04 cm; el centímetro personal de ese individuo medirá realmente 1,04 cm. A partir de aquí, como los patrones se publican reducidos diez veces respecto de la escala natural, para adaptarlos a cada persona sólo habrá que medir las distintas partes del patrón reducido, aumentarlas diez veces, y multiplicar el resultado por ese centímetro particular. Por ejemplo: si el hombro del patrón reducido y publicado de un chaleco mide 2,2 centímetros, lo multiplicamos por 10 para tener la medida a escala real y ésta por 1,04 para obtener la medida del patrón conveniente al sujeto: 2,2 x 10 x 1,04 = 22,88 cm.

Hernando acompaña al final del libro una cuadrícula de medidas, una “escala de reducción”, para que no tengamos que pasarnos el día echando cálculos[78].

Por fin, como tan brillante sistema no ciega el rigor profesional de Hernando, nos propone llevar a cabo unas “medidas de precaución” para ajustar nuestros patrones al cliente, que son cinco: desde la nuca al talle, la mitad del ancho de la parte superior de la espalda, el largo de manga, el semi-grueso de pecho y el semi-grueso de cintura por encima de la cimbra de las caderas.


6. Proveedores de la realezaLas facturas atesoradas en el Archivo del Palacio Real de Madrid desgranan un largo número de profesionales que surtían a la realeza. No faltan tampoco documentos más curiosos, como una carta remitida por la modista Vicenta Mormin al Sr. Solana, librador de la Real Casa: al parecer, esta modista envió una primera cuenta para cobrar sus servicios, pero, asustados por el montante, se la devolvieron y le solicitaron que la rehiciera “a conciencia”. Ofendida, la modista remitió una segunda factura sumamente detallada donde aclara que no sólo el total de la factura anterior era el debido, sino que además iba con una pequeña rebajilla:

"Estoy pues por lo mismo satisfecha y convencida de la legalidad con que he puesto Ntra. cuenta, pues con motivo de mis males habituales mis oficialas no supieron sentar y poner lo que realmente era cada gorra, que vale a 26 reales, y las que van en la cuenta están puestas a 26; lo que asegura de que yo no soy capaz de perjudicar en lo más mínimo a nadie en mis cuentas; y me guardaría yo muy bien de abusar de lo que no me pertenece y echar mano de lo que no es mío, cuanto más siendo en cosas que respeto tanto, correspondientes a S. M. mi Augusto Amo y Señor, que siempre he tenido la satisfacción de merecer su soberana confianza. Mi referida cuenta va puesta a conciencia y suplico a Vd. tenga la bondad de hacer que se reconozca por quien Vd. juzgue, aunque fuese del mayor enemigo que yo pudiese tener (...)[79]".

Del año 1855 se conservan distintos documentos en los que Matilde Perrard solicita urgentes libramientos a la morosa Casa Real:

"Excelentísimo Señor: Si las cuentas hubieran sido regulares siquiera, en la primavera y en el verano, me abstendría de llamar la atención de Vtra. E. hacia mi consabida cuenta que asciende hoy a 348.000 reales de vellón. Pero tan escaso es verdaderamente el despacho, que las obligaciones de mi casa van venciendo y apenas realizo lo suficiente a cubrir los gastos de Establecimiento. Por eso recuerdo a Vtra. E. la última entrevista que tuvo en el Café con el Señor Cordero, para suplicarle la expedición de algún libramiento que me ayude a recoger vencimientos cercanos, evitándome el peligro de ver rebajado mi crédito[80]".

En una larga carta de 1861 la modista Mme. Carolina reclama igualmente libramientos; según relata, está a punto de ser llevada a los tribunales por culpa de un préstamo cuya finalidad fue la de adquirir materiales con que poder servir a Su Majestad. Ofrecemos una trascripción completa de esta carta sabrosísima.

"Señora: De Carolina Boissenin, vuestra modista postrada A. L. R. P. de V. M[81]. con la veneración y respeto debido, hace presente:

Que desde el momento que tuvo la honra de ser llamada para desempeñar aquel servicio, ha procurado por supuesto no omitir el más leve sacrificio, a fin de llenar los deseos de V. M.

Ya debe constar a V. M. que en ninguna época he molestado su Real atención con súplicas de ningún género, pues aún cuando personas caritativas la hayan hecho conocer mi triste situación, lejos del exponente el apremiar de ningún modo vuestro Real erario.

Ha llegado Señora por mi desgracia el momento de hacer presente a V. M. mi dolorosa situación, y dirigiéndome a una Señora tan bondadosa, con la mano puesta sobre su corazón, forzoso es decirla la verdad.

Se trata, Señora, de sus alimentos y de sus tres queridos hijos y su desgraciada madre que no cuenta con qué subvenir a sus necesidades más que en el producto de su continuado trabajo. Lo que reclama de S. M. es el que el que ha empleado en vuestro Real servicio se la pague según lo apremiante de su situación, que en breves palabras tuve la honra de explicar a V. M.

Desde el momento que fue llamada a desempeñar el servicio que V. M. se dignó confiarla, a fin de que nada le faltase, tuve precisión de tomar algunas cantidades con un rédito, como el que desgraciadamente se observa en esta plaza mayormente cuando los que como la recurrente no tienen fincas con que garantizar aquellas, tienen que sujetarse a onerosas condiciones, siendo por consiguiente los intereses en un duplo o triplo mayor que a los que se hallan con aquellas garantías, y no habiendo podido cumplir a su debido tiempo con las personas que la han favorecido, el rédito que se ha visto obligada a pagar ha llegado a un doce por ciento y la suma que sólo por este concepto está adeudando asciende a catorce mil duros.

Además, Señora, madre como V. M. puede conocer que para prestar el servicio debido a vuestra Real Persona, ha tenido que recurrir a varios comercios, a fin de que la proporcionasen lo necesario para llenar su cometido, que unido a los sueldos extraordinarios que por precisión ha tenido que pagar a las dependientas de su casa. no bajara la cuenta que contra la recurrente pesa de siete mil duros que unidos a los catorce de que lleva hecho mérito suman veintiún mil y deducidos de las cuentas que tiene presentadas en la Intendencia de S. M. ya conocerá cuán corta es la cantidad que la queda para atender a sus inmensas obligaciones.

Señora, no para aquí su lamentable situación; sino que la ocurre otra mayor, y es de verse amenazada por sus acreedores de tener que comparecer ante los tribunales y si llega este caso, su crédito y reputación se verán perdidos para siempre; en este estado no la queda otro asilo que recurrir a S. M.

Suplicando que cerciorada de cuanto lleva expuesto, se digne dar la orden oportuna a fin de que con la urgencia cual reclama su situación se la paguen las cuentas que tiene presentadas, lo que no duda conseguirá del magnánimo corazón de V. M. cuya vida pide al Supremo Hacedor conserve dilatados años.

Madrid, doce de Marzo de mil ochocientos sesenta y uno.
Señora, A. L. R. P. de V. M.
Carolina Boissenin[82]".

La última víctima de la morosidad de los Borbones fue la costurera Madame Honorine. Cuando Isabel II y los suyos se exiliaron en Francia, dejaron las cuentas sin abonar. El 4 de diciembre de 1868 Mme. Honorine se dirige al tesorero del Consejo de Administración de los Bienes que fueron del Patrimonio:

"La que suscribe, modista que fue de Cámara, a Vd. con la consideración debida expone: que habiendo guardado pendientes de pago varias facturas por prendas hechas a la ex Reina e Infantas Dña. Isabel de Borbón, importantes diez y seis mil ochocientos treinta y nueve cuyas facturas detalladas deben obrar en la Intendencia de Palacio, pues fueron presentadas oportunamente, y habiendo llegar a mi conocimiento el pago de estas y parecidas obligaciones por esa junta administrativa[83]".

Una segunda carta, cinco años después, fue dirigida al Ministerio de Hacienda.

"Madame Honorine, vecina de esta capital, calle de la Victoria número 2 principal izquierda a (...) con la mayor consideración y respeto expone: Que habiendo acudido a Doña Isabel de Borbón para que la satisficiese las cuentas que según facturas que se acompañan tenías (...), esta me ha contestado que tenía bienes bastantes en España para satisfacer todas sus deudas y que habiéndose incautado el Estado de todos los que pertenecían a su antigua Real Casa, este es el que debía abonarlas, por lo tanto A. V. I. Suplica dé las órdenes oportunas para que de los indicados bienes y de sus rentas se me abone la cantidades a que asciende las adjuntas facturas, o sean Veintiocho mil ochocientas setenta y dos pesetas, veinticinco céntimos de pesetas. Justicia que espera merecer (...)[84]"

A continuación exponemos una enumeración puramente testimonial de los diversos profesionales y empresas que pueden encontrarse facturas en el Archivo de Palacio.

Proveedores de ropas en MadridAl análisis de las facturas resulta imposible establecer compartimientos más definidos sobre los profesionales del vestido. Una modista podía encargarse de arreglar medias, lavar ropa, tejer encajes para faldas, remendar, elaborar trajes completos o simplemente surtir de cintas. Junto al nombre de cada entidad profesional hemos colocado la profesión expresamente consignada en la factura, cuando aparece, y en su defecto la deducida. A esta serie debe añadirse un convento que se hallaba en el número 74 de la calle de Atocha: Adoratrices y Esclavas del Santísimo y de la Caridad y Casa de María Santísima de las Desamparadas, que bordaban ropa blanca para la casa real.

Bernard, Juana, encajera.
Carolina, Mme., modista.
Chavany, modistería: Madrid, Subida Santa Cruz, 1.
Comercio de la Cruz, lencería, lanería: Madrid, calle de Postas, 21.
García Montalbán y Álvarez, “Proveedores de SS. MM. y AA.”: Madrid, calle de Espoz y Mina, 6. Ginés Bruguera, “Artículos de novedad. Artículos de tapicería”; Madrid, calle del Carmen, 34.
Greda, Dolores de, costurera.
Hernández, Adrián, lencero: Madrid, calle de Espoz y Mina, 10.
Hervy, Carlos, “Fábrica de Centros de Mantillas”: Madrid, calle de los Capellanes, 5).
Heveline, Mme. / Francisca Heveline e Isabel Armentia, “Novedades de todas clases para señoras. Ropa y vistas para bodas y niños”: Madrid, Carrera de San Jerónimo, 28.
Honorine, Mme. / Honorine de París, modista: Madrid, calle de la Victoria, esquina Carrera de San Jerónimo.
Macarit y Navarro, Sres., proveedores de encajes: Barcelona, Puerta Ferrisa, 14; Madrid, Carmen, 41.
Marchionni, Francisca, encajera, remendona.
Maturana, Matilde, modista.
Maturana, Paula, costurera.
Menéndez, Carmen, costurera.
Modas, modistería: calle de Fuencarral, 4; a partir de 1857, cuando menos, la encargada es Celestina Petibon.
Mormin, Vicenta, “Modista de S. M. y SS. AA.”
Perrard, Matilde, “Almacén de modas y sederías”: Madrid, calle Mayor, “Casa de Sto. Cordero, esquina a la del Correo”.
Petibon o Petitbon, Celestina, modista.
Salamanca, J. J. de, “Perfumista de Cámara de SS. MM. y AA. RR.”: Madrid, calle del Caballero de Gracia, 28.
Sánchez, Juana, encajera.
Tallón, Josefa, costurera.
Vázquez, Gertrudis, costurera.
Yrma Modas: Madrid, calle de Carretas, 8.

Proveedores de ropas en otras localidadesCamp, Mme: Barcelona.
Chartrier & Legrand, Palmire, “Couturieres en Robes”: París, 13 rue Lafitte.
Mongé, Mme: París.
Pichot, Maison, “Maison Pichot. Jta. de Aguirre Pichot. Fourniseur Brevete de S. M. l’Imperatrice & de S. M. la Reine d’Espagne”; París, 24 rue Nve. des Capucines.
Pirlet, Jardent, “Fabricant de Dentelles”; encajero de Bruselas.

Sombrereros
Se adquirían sombreros a diversas modistas –se registran docenas de tocados en las facturas de Celestine Petitbon, directora de la casa Modas antes mencionada, y en las de Mme. Honorine– pero también a una empresa madrileña especializada exclusivamente en sombrerería:
Aimable, “Sombrerero de SS. MM. y AA: Madrid, Carrera de San Jerónimo, 2).

Manguiteros, guanterosSobre la importancia de vestir las manos remito al lector a la voz “guantes” del Glosario de complementos. Recordemos que según Mme. Celnart, una señorita debía cambiar de guantes a diario.
Alonso, Saturnino, manguitero.
Denti , “Depósito de guantes de Josué Denti, de Valladolid, calle de Fuencarral, núm. 9, Madrid. Precios corrientes”.
García, Pedro, “Manguitero de Cámara de SS. MM”.
Perard y Lyotard, guanteros.
Lafin, “Guantero de Cámara de S. M. el Rey; de S. A. R. el Ssmo. Infante don Francisco de Paula u de su familia”.
Martínez, Juan, “Manguitero de Cámara de S. M. y AA.”: Madrid, calle Mayor, 34.
Perfumeros, peluqueros
Como peluquero sólo aparece Leon Mallemont, pero diversas perfumerías del centro de la capital proveían a las damas reales no sólo de jabones y perfumes, sino también de adornos para el cabello.
Bouet, J., “Perfumero de Cámara de S. M. Gran Almacén de Perfumería”: Madrid, calle de la Montera, 28).
Fortis, perfumería: Madrid, Carrera de San Jerónimo, 6.
Frera, perfumería: Madrid, calle del Carmen, 11, y calle del Arenal, 5.
Ramillete Europeo, El, perfumería: Madrid, calle de Alcalá, 34.
Mallemont, Leon, peluquero.


[1] Correo de las Damas, 14/II/1835, p. 48.
[2] La Mariposa, 30, 16/VII/1867.
[3] Correo de las Damas, 15/IV/1834, p. 5.
[4] Ídem, 7/II/1835, p. 38.
[5] P. e., Correo de las Damas, 14/I/1835, p. 10.
[6] El Museo Universal, 1/2/1865, p. 33.
[7] El Pénsil del Bello Sexo, 21/XII/1845.
[8] Correo de las Damas, 21/I/1835, p. 52.
[9] El Correo de la Moda, 206, 16/IV/1857, p. 112.
[10] Ídem, 165, 8/VI/1856, p. 179.
[11] Correo de las Damas, 27/XI/1833, p. 174.
[12] Correo de las Damas, 7/I/1835, p. 3. Otras testimonios: “Uno de estos días pasados había yo bajado al Prado, solo y meditabundo, procurando distraerme con el lujo y la elegancia que ofuscaban mis ojos. La multitud de los que paseaban era escogida y brillante, y me entró la tentación de razonar sobre la moda (...) Vi pasar una bella, que con su vestido de muselina con dibujos arrasados blanco sobre blanco, con su sombrero de paja de arroz adornado de una rama verde, parecía haber tomado el traje de las sacerdotisas druidas, y cuya figura ofrecía la misma expresión púdica y majestuosa” (La Mariposa, 13, 10/8/1839, p. 97-98.); “El Prado es ahora el paseo preferido por la elegancia. Y cuando el sol dora con sus postreros rayos la cúpula del Dos de Mayo y las caladas agujas torres de San Jerónimo, los bellos ángeles vestidos de mujer que en él pasean, le dan un aspecto verdaderamente encantador” (La Mariposa, 28, 16/VI/1867).
[13] El Correo de la Moda, 214, 16/VI/1857, p. 175. Otra noticia: “Qué extraño es que la moda abandone la corte si le faltan sus principales elementos. La moda, pues, actualmente se baña en San Sebastián, bebe las saludables agua de Panticosa o medita en los jardines de la Granja” (El Correo de la Moda, 223, 24/VIII/1857, p. 248).
[14] El Correo de la Moda, 165, 8/VI/1856, p. 179.
[15] Ellas, 3, 8/X/1851, p. 23.
[16] La Educanda, nº. 20, 30/IV/1863, p. 160.
[17] Celnart, M., Novísimo manual completo de señoritas..., Madrid: Calleja, López y Rivadeneyra, 1857, p. 182.
[18] Pirala, A., “Sobre la educación de la mujer”, El Correo de la Moda, 209, 8/V/1857, 1857, p. 129.
[19] Hernando de Pereda, C., Manual de la costurera en familia..., Madrid: Imprenta José María Pérez, 1877, p. 33.
[20] Ídem, p. 33.
[21] Ídem, p. 253. Se refiere a la nueva máquina de planchar de Mr. Brunswick, París, recientemente inventada, que, además, gasta poco carbón y se mantiene caliente mucho tiempo.
[22] Semanario Pintoresco Español, nº. 11, 14/III/1847.
[23] La Ilustración, vol. I, 22/9/1849, p. 237.
[24] El Correo de la Moda, nº. 189, 8/XII/1856, p. 396. Otra noticia anterior en la misma publicación, nº. 160, 30/IV/1856, p. 140.
[25] Correo de las Damas, 10/IV/1834, p. 6.
[26] Sol, A., “El traje en las calles señoriales de Madrid”, en Roca Piñol, P. (Co.), Ob. Cit., p. 451.
[27] El Correo de la Moda, nº. 160, 30/IV/1856, p. 140.
[28] Ídem , p. 16.
[29] Semanario Pintoresco Español, nº. 39, 26/9/1847.
[30] Ídem, nº.6, 8/5/1836.
[31] Correo de las Damas, 23/X /1833, p. 133.
[32] El Correo de la Moda, nº. 12, IV/1852, p. 191.
[33] Semanario Pintoresco Español, nº. 39, 26/9/1847.
[34] Correo de las Damas, 21/II/1835, p. 55.
[35] Semanario Pintoresco Español, nº. 39, 26/9/1847.
[36] Saltarelli despachaba en el número 24 de la calle de la Montera; Rouget, en Fuencarral (Correo de las Damas, 21/II/1835, p. 55 y 6/XI/1833, p. 151);
[37] Ibídem.
[38] El Buen Tono, nº. 2, 31/I/1839.
[39] Correo de las Damas, 2/X /1833, p. 110. Más publicidad a Borrell: Ídem., 20/I/1834, p. 245.
[40] El Defensor del Bello Sexo, 2/IX/1845, p. 65-6.
[41] Semanario Pintoresco Español, nº. 5, 4/2/1849.
[42] La Mariposa, nº. 31, 2/VIII/1867.
[43] Correo de las Damas, 21/XI/1835, p. 343.
[44] La Mariposa, nº. 22, 7/11/1839, p. 169.
[45] Correo de las Damas, 27/XI/1833, p. 174.
[46] El Buen Tono, nº. 2, 31/I/1839.
[47] Correo de las Damas, 7/I/1835, p. 3.
[48] El Buen Tono, nº. 2. 31/1/1839.
[49] Semanario Pintoresco Español, nº. 5, 1/5/1836.
[50] Descola, J., , La vida cotidiana en la España romántica (1833-1868), Barcelona: Arcos Vergara, 1984, p. 109.
[51] Correo de las Damas, 23/X /1833, p. 133.
[52] La Mariposa, nº. 8, 20/6/1839, p. 62.
[53] La Mujer, nº. 7, 12/IX/1852.
[54] Semanario Pintoresco Español, nº. 11, 14/3/1847.
[55] El Tocador, nº. 4, 28/VII/1844, p. 59.
[56] La Mujer, nº. 1, 1/VIII/1852.
[57] Ídem, nº. 33, 14/III/1852, p. 6.
[58] El Buen Tono, nº. 1, 15/1/1839.
[59] Semanario Pintoresco Español, nº. 5, 4/2/1849.
[60] Ídem, nº. 25, 9/6/1844 y nº. 25, 15/6/1844.
[61] Hemos de recordar, entre los trabajos extranjeros, algunos hitos de la sastrería: F. A. Barde escribió un exitoso Traité encyclopédique de l’art du tailleur en 1834, e inventó el dossimètre o medidor de la espalda. G. H. Dartmann’s es el autor del Manuel du tailleur, Reflexions sur la coupe géométrique, par un tailleur de Paris (1837), mientras que en Londres, George Walker, publica The Tailor’s Masterpiece (1838). Un año más tarde George Delas inventaría un curioso artilugio para auxiliar a la antropometría, el somatometer (1839). El libro más importante apereció en Francia en 1860: Compaign, Charles, L’Art du tailleur, tratité complet de la coupe des vêtements.
[62] Chenoune, F., A history of men’s fashion, París: Flammarion, 1993, p. 43.
[63] Vandael, Mr., Manual teórico y práctico del sastre..., Madrid: Imprenta de Hijos de Doña Catalina Piñuela, 1836, p. 1.
[64] Hernando De Pereda, C., Manual de la costurera en familia..., Madrid: Imprenta José María Pérez, 1877, p. 20.
[65] Ídem, p. 25.
[66] Vandael, Ob. Cit., p. 14.
[67] Ídem, p. 47.
[68] Ídem, p. 66.
[69] Arnau y Corbera, R., Prontuario teórico-práctico de sastrería basado en reglas fijas, Barcelona: Imprenta de José Tauló, 1849, p. 7.
[70] Ídem, p. 17.
[71] Ídem, p. 22.
[72] Ídem, p. 42.
[73] Arnau y Corbera, R., Suplemento al prontuario de sastrería..., Barcelona: Imprenta de José Tauló, 1850.
[74] Hernando de Pereda, Ob. Cit., p. 105-106.
[75] Ídem, p. 108.
[76] Ídem, p. 133.
[77] Sigue determinando las tallas métricas en la actualidad: 48, 50, 52, etc., se refieren a la mitad de la medida de pecho. El resto de las tallas actuales son deducidas (S, M, L y XL; o bien, 3, 4, 5, 6).
[78] Se llegaron a fabricar reglas de madera con “centímetros” acomodados a las medidas más frecuentes. Compaign las recomienda en su segundo libro (Compaign, C., Le manuel du tailleur, Paris: Typographie de Morris pére et fils, 1878, p. 4).
[79] AP, leg. 5226, Mormin, 28/II/1831.
[80] AP, leg. 5226, Perrard, 6/VIII/1855.
[81] “A los Reales Pies de Vuestra Majestad”.
[82] AP, leg. 5226, Mme. Carolina, 12/III/1861.
[83] AP, leg. 5226, Mme. Honorine, 4/XII/1868.
[84] AP, leg. 5226, Mme. Honorine, 28/I/1873.

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